Capítulo XI

Capítulo 11. Aparecen los científicos.

Unos meses después de lo anteriormente narrado encontramos en plena discusión a dos científicos enfundados en sus batas, antaño blancas, pero ahora de todos los demás colores excepto de ese.

–¡Es la única alternativa!

–¿Cómo cojones va a ser nuestra única alternativa si ni siquiera sabes si es posible o no?

–Ya, si te entiendo, joder, pero es la única opción que nos queda para deshacer todo este entuerto..

–Estamos en este sótano, aislados del mundo exterior, sin medios materiales para iniciar una investigación de ese calibre, nos faltarían libros, revistas científicas, máquinas de esas de última generación. Todo ese tipo de cosas que me figuro que en pleno post apocalipsis zombi no van a ser muy fáciles de conseguir. Por no hablar de que puede que estemos intentándolo durante lo que nos queda de vida y no logremos siquiera…

–¿Pero, y si lo logramos? ¿Y si nos convertimos en los salvadores de la humanidad?

–¿Qué pasa, todo esto lo haces para que te construyan una estatua? Sería más sencillo que te pusieses a estudiar Bellas Artes y te la hicieses tú mismo entonces.

–Sabes de sobra que no lo hago por el reconocimiento. Me importa una mierda que la gente sepa quién les ha salvado, lo único que quiero es salvar a mis seres queridos, salvarte a ti. Si al mismo tiempo salvamos a otros seis mil millones pues, bienvenidos sean.

–Qué romántico… Pero que sepas que no me vas a bajar las bragas diciéndome cuatro tonterías como esa. –Llegados a este punto de la conversación, la científico se quedó mirando al suelo, moviendo la cabeza hacia los lados en señal de negación, hasta que de repente concluyó: – En fin, te ayudaré. Tampoco es que haya nada mejor que hacer encerrados en este puñetero hoyo. Vayamos a hacer la lista de la compra. Habrá que salir a buscar material.

runningzombies

Bueno, y volviendo de nuevo al tiempo presente, dejamos a Rubén descubriendo qué sorpresa se escondía tras la puerta número dos.

–¡Corred! –dijo este, justo antes de iniciar la carrera más importante de su vida.

Los tres jóvenes salieron corriendo sin ningún destino fijado, con el único objetivo de alejarse de la puerta en cuestión. En condiciones normales, huir de los zombis era tarea más o menos sencilla dada su baja velocidad, pero en este caso había una docena de no muertos que les seguían el paso fácilmente. Incluso parecía que les estaban recortando terreno. Estos zombis corrían alocadamente, como si no se preocupasen en absoluto por su integridad física, golpeando con violencia todos los obstáculos con los que se encontraban a su paso.

Se dirigían a la zona de acampada cuando cayó el primero de ellos. Rubén, que iba el último en la carrera tropezó con un pequeño escalón. La escena que se desarrolló a continuación fue muy similar a la que se da en los partidos de futbol americano. Rubén aterrizó de bruces, con los brazos estirados hacia delante, contra el terroso suelo. Milésimas de segundo después, prácticamente todos los zombis rápidos que les seguían se lanzaron sobre él, amontonándose rápidamente sobre su presa.

–¡Rubén! –gritó Bea.

–¡No te detengas! ¡No pares de correr! –le ordenó Carlos.

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Estaban cruzando el camping cuando a lo lejos vieron a Juan y a Roberto plantados al lado de una tienda de campaña.

–¡Roberto! ¡Corred! ¡Vienen cientos de ellos!

Si bien los dos semi zombis no tenían por qué huir de la horda de no muertos hambrientos, dada su condición de iguales, Roberto aún no había desistido en su deseo de salvar a Teresa, por lo que intentó ponerse de nuevo en primera línea de combate para destacar y robarle de nuevo el corazón a su ex.

–¡Hay que salir pitando de aquí!

Los dos amantes estaban a medio vestir, pero al asomar la cabeza fuera de la tienda y ver a sus perseguidores, comprendieron enseguida que no era seguro permanecer allí.

–Venid, hay una caseta donde podemos refugiarnos cerca de aquí –dijo el tío de las rastas.

 Roberto lanzó un grito a Bea y su colega para que se dirigiesen hacia la caseta y en menos de treinta segundos se encontraron los seis en la puerta de la misma.

Se trataba de una caseta de mantenimiento de dos pisos, con paredes de ladrillo, sin ventanas en el piso inferior y con la puerta abierta. El refugio perfecto. Entraron rápidamente y cerraron la puerta de golpe. La puerta no tenía pestillo, por lo que se apresuraron en construir una barricada con todos los trastos que había en la habitación. En cuestión de minutos se habían encerrado dentro y era muy complicado que ningún zombi pudiese entrar.

Desafortunadamente, debido al jaleo provocado, los no muertos que se encontraban por la zona fueron acercándose a la caseta. Cuando los fugitivos subieron al piso superior y se asomaron por la ventana vieron unos dos o trescientos zombis congregados alrededor suyo.

–Tranquilos, no podrán entrar –dijo Roberto.

–Ni tampoco salir nosotros, listillo. ¿Cómo vamos a salir de esta? –le replicó Teresa.

–Solo tenemos que esperar a que se vayan –contestó Bea.

Y justo al terminar la frase, la fantástica y grandiosa estructura que habían construido a modo de barricada se vino parcialmente abajo, liberando la restricción que ejercía sobre la puerta.

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